FUNDAMENTOS PARA LOS ATRIBUTOS DIVINOS

Por David Malverde B.

 

La Divina Revelación

“De divinitate ratio sive sermo” es un principio tradicional de la patrística para referirse al esfuerzo humano que busca entender lo divino.[1] Desde este contexto histórico, la “theologia” es comprendida como el discurso sobre Dios. Por tanto, la Santa Escritura contendría la revelación y nuestra fe se incursionaría tras su interpretación.

Sin embargo, para los teólogos católicos esta concepción de San Agustín de Hipona (430 d.C.) sobre la fuente divina de la Escritura Sagrada no se limita a la misma, sino que incluye la tradición oral (también conocida como tradición apostólica) para poder interpretarla. De hecho, el magisterio de la iglesia católica es quien tiene esta facultad. La predicación y enseñanzas de Jesús el Cristo fue transmitida a sus apóstoles, quienes a su vez formaron y establecieron obispos en diferentes lugares para que comunicarán oralmente estas enseñanzas apostólicas. De modo que, el Espíritu de Dios que inspiró a Jesús y a los apóstoles durante la redacción de las Epístolas y Evangelios, es el mismo que inspiró en la transmisión oral de las enseñanzas hacia las futuras generaciones. Por tanto, la Santa Escritura y la tradición oral poseen igual autoridad por tener el mismo origen divino.

Actualmente, el Papa y sus obispos son la voz oficial de Dios por poseer esta información apostólica y presentan como evidencia la trazabilidad histórica de obispos hasta llegar a los apóstoles. Para los católicos, las experiencias milagrosas (dones de sanidad, visiones, sueños y costumbres antiguas de la iglesia) podrían dificultar la interpretación de los textos sagrados. Para resolverlo acogieron el principio de “Prima Scriptura”, pues la Biblia tendría autoridad por sobre otras fuentes externas que la contradigan o busquen ampliar las reflexiones teológicas. Evidentemente, hubo teólogos que no compartieron esta forma de gobierno de la iglesia y sus doctrinas, por lo que quisieron separarse de ella. Al reformarse, los teólogos protestantes adoptaron la “Sola Scriptura” como un principio para excluir la autoridad de cualquier otra fuente extrabíblica, es decir, la tradición oral y las experiencias milagrosas.[2] Así, la Biblia tiene la facultad de explicarse a sí misma. Este principio de reforma fue unos de los factores que dio origen a las tan diversas denominaciones de las iglesias evangélicas.

A pesar de las diferencias fundamentales entre católicos y protestantes, en lo concerniente a la Divina Revelación, es la Biblia la que afirma que Dios tiene atributos divinos. No obstante, de mencionar algunos de manera explícita, no explica qué significa que contenga estos. Por ejemplo, afirma que Dios es eterno y que todo lo conoce, más no reflexiona teológicamente sobre sus implicancias o lo que significa que sea eterno propiamente tal. En este punto crucial es que las contribuciones de las obras teológicas, a través de la historia, cobran relevancia. Se inicia un análisis sistemático sobre la naturaleza divina, de modo tal, que la “Sola Scriptura” es el marco teórico de los atributos divinos y las obras teológicas son el marco teórico para la reflexión de estos.

En resumen, la Biblia no da evidencias o medios probatorios sobre la existencia de Dios, sino que la da por hecho. Afirma que Él es santo, sabio, todopoderoso, omnisciente, omnipresente, verdadero, infinito, misericordioso, toda bondad y amor, creador, único, entre otros. Los autores teológicos durante dos mil años han hecho un esfuerzo por formular una teología sistemática para explicar, mediante sus métodos, los atributos esenciales de Dios. La autoridad misma es de la Escritura y la razón humana será una herramienta que nos ayude a comprender mejor la fe y a defenderla.

En la próxima sección analizaremos una obra teológica importante del primer milenio d.C. que ha permitido derivar y explorar los atributos divinos de Dios, fuera de los textos sagrados (teología del ser perfecto), para evaluar su coherencia filosófica. Posteriormente, se abordará el atributo de eternidad y omnisciencia, empleando el principio de “Prima Scriptura”, para evaluar su exactitud bíblica.

Una teología sistemática siempre debe ser racional y al mismo tiempo procurar ser fiel a la Escritura. Sólo así reconocerá y sujetará honestamente toda reflexión y estudio a la autoridad divina.

La Teología del Ser Perfecto

Argumento Ontológico

Una de las contribuciones significativas de la filosofía de la religión ha sido la investigación académica sobre la naturaleza divina de Dios y sus implicancias teológicas. St. Anselmo de Canterbury en el siglo XI desarrolló la idea de que se puede derivar la existencia de Dios desde el concepto del ser más grande que pudiese ser concebido.[4] Este hito marcó en la historia del judeocristianismo la idea de reflexionar sobre lo que significa que Dios sea perfecto. Para muchos esta noción puede ser controversial y subjetiva, pero tiene una fuerte defensa que ha sido desarrollada desde entonces bajo el nombre del argumento ontológico. Muchos han sido los filósofos y teólogos que han formulados las versiones del argumento, pero quisiera destacar la Versión Modal Victorius de Alvin Plantinga.

Como antecedente se debe tener en claro que las propiedades son graduales, es decir, pueden extrapolarse cualitativamente hacia el infinito. Por ejemplo, alguien podría amar poco mientras que otro amar mucho, incluso hasta el infinito. Teniendo en cuenta esto, la versión Victorius se podría resumir de la siguiente manera:

  1. La propiedad de la máxima grandeza implica la propiedad de la máxima excelencia en todos los mundos posibles.

Esto significa que la idea del ser más grande que puede concebirse (la grandeza), debe ser exhibida en todos los mundos que son lógicamente imaginables, aunque sabemos que son hipotéticos.

  1. Máxima excelencia implica omnisciencia, omnipotencia y perfección moral.

Estas propiedades deben estar en sus grados infinitos. Esto será abordado con mayor detalle cuando se discuta el tema de la infinitud de Dios, que explica el por qué debe tener estas “excelencias”.

  1. Máxima grandeza es posiblemente ejemplificada.

En otras palabras, se dice que es posible de modelar o ejemplificar estas propiedades de manera infinita siempre y cuando no viole algunas de las leyes de la lógica. Por ejemplo, un círculo cuadrado viola la ley de la no contradicción, puesto que no es posible evidenciar una propiedad cuadrada y circular al mismo tiempo y en el mismo lugar. Como no hay evidencia explícita que muestre alguna inconsistencia en poseer la máxima grandeza, se sigue que es posible concebirla, al menos en un nivel abstracto.

  1. Hay un mundo y una esencia, la cual, es ejemplificada e implica tener máxima grandeza en ese mundo y en cualquier otro que sea posible.

Para entender este punto hay que comprender la manera en que se utiliza el vocablo “mundo”. En este contexto se trata de una especulación o idea hipotética y no de mundos que existen de manera simultánea o paralela al nuestro. No hay que confundirse. Por ejemplo, si yo me hubiera levantado más temprano habría llegado a tiempo a la escuela. Esta oración implica la idea hipotética de que si hubiera actuado diferente otro sería el mundo actual, pero no ocurrió así que dicho mundo no existió, sólo queda la idea relegada a un nivel conceptual. A esto se le llama mundos posibles. No son reales, pero si lo fuesen tendrían que cumplir los requisitos básicos de las leyes de la lógica. Es decir, lo que es válido en un mundo debe serlo en todos y lo que es imposible en uno debe serlo para todos. No hay manera alguna en que un soltero casado en el mismo tiempo y lugar sea concebible en algún mundo o realidad, por muy especulativa que sea la idea. Sin embargo, sí es posible concebir un conejo morado. Entonces, sólo si hay una esencia divina en al menos un mundo posible, entonces el ser que posea esa esencia divina estaría exhibiendo la propiedad de la máxima grandeza en dicho mundo. Pero, lo que es válido para un mundo, también lo es para los otros (principio de igualdad ante las leyes lógicas).

  1. Si un mundo es real, entonces, la esencia habría sido ejemplificada por un objeto o ser, que tuvo máxima grandeza y excelencia.

De todos los mundos posibles, sabemos que el nuestro verdaderamente existe. La diferencia entre un mundo posible y un mundo real es la existencia. Éste último existe. Ahora como este es el caso, es concebible que un objeto pueda tener la esencia de grandeza y excelencia en nuestro mundo real. Esta conclusión se sigue de la premisa de que la esencia divina puede ser exhibida en al menos un mundo posible, luego en todos los mundos posibles y si uno de esos llega a ser real, debe entonces este ser manifestarla aquí.

  1. Si un mundo ha sido real, la esencia ha sido ejemplificada por un ser que para cualquier mundo tuvo la propiedad de la máxima excelencia en el mundo.

Se dice que para cualquier mundo el objeto (o ser) tuvo la propiedad de la máxima excelencia gracias a que la esencia del objeto (o ser), es idéntica en cada mundo concebible. Entonces, si la propiedad de la máxima grandeza y excelencia es concebible en todos los mundos posibles, y un ser puede tener la misma esencia en cada uno de ellos, se deduce que es posible que exhiba la propiedad de máxima grandeza y excelencia en todos los mundos posibles.

  1. Un ser tiene una propiedad en un mundo sólo si existe en dicho mundo.

El candidato que posea la esencia y la propiedad de máxima grandeza debe ser capaz de existir en todos los mundos posibles sin fracasar. En consecuencia, pertenece a su misma naturaleza el existir de manera necesaria y no accidental o contingentemente.

En virtud de que existir necesariamente es mejor que existir contingentemente, y que es tanto posible como necesario que un ser exista en todas las realidades, se deduce que la propiedad de máxima grandeza y excelencia implica la propiedad de aseidad divina (autosuficiencia), de la que se deriva la eternidad y la necesidad de su ser.

Si un mundo ha sido real, entonces ha sido imposible que la esencia falle en ejemplificarlo. Pero, lo que es imposible no varía de mundo en mundo. De modo tal que es imposible que la esencia falle en ser ejemplificada. Desde entonces, existe un ser que tiene excelencia máxima en cada mundo concebible, incluyendo el nuestro.

En resumen, se puede establecer que, aunque la existencia y la necesidad de existencia no son por sí mismas perfecciones, son condiciones necesarias de la perfección y que la esencia implica la propiedad de existir en cada mundo posible. Por ello, es que ésta es ejemplificada en cada mundo posible y si uno de esos ha sido real (como es nuestro caso), la esencia habría sido ejemplificada por algo que ha existido y ejemplificado en cada mundo posible.[5] A este ser se le denomina en la teología natural “Dios”.

Perfección e Infinitud

La perfección tiene un sentido restrictivo y otro infinito. Cuando se refiere a una restricción se quiere decir que Dios no tiene defectos, es decir, no tiene nada que no debería tener. Pensemos por ejemplo en el atributo de la simplicidad contrastado con el atributo de complejidad. Todos los seres contingentes y creados están compuestos de partes, porque dependen de otra causa para componerlos. Todo lo que está compuesto puede ser dividido y todo lo que es dividido puede ser cambiado o destruido. Si aplicamos el atributo de complejidad a Dios podríamos concebir un mundo en donde se cambia su propiedad de bondad o la pierde. De este modo sería un ser malvado, lo cual es incompatible con un ser moralmente perfecto. O bien podríamos destruir sus partes, pero esto también se contrapone con su eternidad.  Estos oxímoros (conceptos que se contraponen en una misma expresión) no aplican para Dios. En este sentido, la perfección excluye todo lo que no debería ser verdadero en Dios, es decir, los atributos están restringidos. De un modo similar el teólogo bizantino (V-VI d.C.) Pseudo Dionisio Areopagita, formuló la teología negativa. Éste señala que al hablar de negación en aquél que trasciende toda negación, debe hacerse negando a partir de las cosas más distantes de Él.[6] En otras palabras, se puede conocer los atributos divinos en la medida que se reconoce lo que Dios no es.

Por otra parte, el sentido infinito conlleva la idea de que Dios tiene todo lo que debería tener. Debido a que en su caso el atributo de complejidad sería una imperfección se sigue entonces que Él posee el atributo de simplicidad divina. No puede derivar su existencia de otro, debido a que se comprometería su independencia y unidad.[7]

También, la infinitud implica que no hay límites en los grados de sus atributos. Esto nos permitiría pensar que, si sus atributos no pueden seguir incrementando en grados, entonces Dios no puede ser mejorado. Sin embargo, alguien podría señalar que Él puede gozarse y sentirse mejor cada vez que le adoran, es decir, que Dios experimenta un desarrollo personal. A esta objeción se dirá que es compatible que Dios esté completo (sin necesidad de adicionar algo) y que conserve su capacidad de experimentar deleite en el ejercicio de sus actividades libres, soberanas, sabias e íntegras, pero en relación con su creación.

Todo lo que necesite ser desarrollado o mejorado es porque tiene una carencia o necesidad. Esto constituye una limitación para los seres finitos, a quienes se les puede adicionar experiencias para enriquecerlos. Para un ser infinito que tiene plenitud absoluta las experiencias pueden ser significativas, pero no incrementa los grados de sus atributos, los cuales ya son infinitos per se. Pues ¿quién incrementaría lo que es actualmente infinito?

Es altamente probable que en la literatura se encuentren diferentes apreciaciones sobre qué rasgo realmente le corresponden a Dios, no obstante, lo importante es recordar que todo lo que sea verdadero en Dios (cualquier rasgo lógicamente atribuible) lo es de manera infinita, máximamente grandiosa y excelente.

En síntesis, hemos visto cómo una reflexión teológica de lo que afirman las Sagradas Escrituras (total integridad y perfección) nos entrega un marco teórico de lo que significa que Él posea estos atributos. Este mismo principio se utilizará para analizar la eternidad y la omnisciencia en las próximas secciones.


REFERENCIAS

[1] Cf. Francis Schussler and John Galvin, Systematic Theology; Roman Catholic Perspective. Minneapolis, Fortress Press. 2011, p. 4.

[2] Cf. Iglesia Católica, Catecismo de la Iglesia Católica, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 1997, p. 22.

[3] Cf. Dave Armstrong, Pillars of Sola Scriptura: Replies to Whitaker, Goode, & Biblical “Proofs” for “Bible Alone”, Rumania, Dave Armstrong, 2012, p. 3.

[4] Edward N. Zalta, Stanford Encyclopedia of Philosophy. Consultado en <https://plato.stanford.edu/entries/ontological-arguments/#HisOntArg>

[5] Cf. Alvin Plantinga, “God and Neccesity”, The Nature of Neccesity, New York, Oxford University Press, 1974, pp. 213-216.

[6] Cf. Biblioteca de Autores Cristiano (ed. Theodoro H. Martín), Obras Completas de Pseudo Dionisio Areopagita, Madrid: Don Ramón de la Cruz, 2007, p. 248.

[7] Fred Sanders y Matthew Barrett, None Greater, Grand Rapids, Baker Publishing Group, 2019, p. 131.


BIBLIOGRAFÍA

Biblioteca de Autores Cristiano (ed. Theodoro H. Martín), Obras Completas de Pseudo Dionisio Areopagita, Madrid: Don Ramón de la Cruz, 2007.

Fred Sanders y Matthew Barrett, None Greater, Grand Rapids, Baker Publishing Group, 2019.

Cf. Francis Schussler and John Galvin, Systematic Theology; Roman Catholic Perspective. Minneapolis, Fortress Press. 2011.

Iglesia Católica, Catecismo de la Iglesia Católica, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 1997.

  Dave Armstrong, Pillars of Sola Scriptura: Replies to Whitaker, Goode, & Biblical “Proofs” for “Bible Alone”, Rumania, Dave Armstrong, 2012.

Edward N. Zalta, Stanford Encyclopedia of Philosophy. Consultado en <https://plato.stanford.edu/entries/ontological-arguments/#HisOntArg>

Alvin Plantinga, “God and Neccesity”, The Nature of Neccesity, New York, Oxford University Press, 1974.