UN FUNDAMENTO PARA LOS DERECHOS HUMANOS
Por David Malverde B.
CRISTIANISMO: UNA FUENTE ENRIQUECEDORA DE LOS DERECHOS HUMANOS
La Dignidad Humana
La connotación que deseo abordar en relación con la dignidad humana es su fundamentación, la cual está racionalmente justificada en la cosmovisión del monoteísmo cristiano. Un análisis de los elementos de la dignidad puede ayudarnos a comprender aspectos filosóficos necesarios para su propia existencia. Por ejemplo, la autonomía requiere libertad y ésta amor verdadero, pero ¿qué visión de la realidad ofrece coherentemente una defensa para la existencia del libre albedrío y el amor?
El problema con la fundamentación de la dignidad humana se debe a un desacuerdo entre las diferentes líneas de pensamientos que son irreconciliables entre sí.[1] Por una parte, el concepto de dignidad implica una grandeza por sobre otras especies debido a poseer la libertad, el intelecto y la autonomía. Esto enfrenta principalmente tres grandes desafíos como lo son la justificación del libre albedrío o determinismo, la justificación del dualismo o materialismo y la justificación de la moral objetiva o relativa.
En la práctica se dan serias implicancias, por ejemplo, que cada sistema de pensamiento conlleva a una filosofía del derecho completamente diferente y debido a la pluralidad de culturas es difícil concebir un fundamento absoluto para la dignidad humana, la cual es objeto de protección de la ley. ¿Y por qué introduzco el asunto del derecho? Pues bien, la moral y la cultura del hombre conlleva a un ordenamiento jurídico que toma como referencia basal la dignidad de su gente. Acuerdos internacionales como la declaración universal de los derechos humanos lo consagran, pero la manera en que se interpreta puede cambiar totalmente la apreciación de la persona humana.
El Naturalismo como Fundamento
El naturalismo ontológico sólo puede conducirnos hacia el determinismo. El determinismo es una doctrina sobre un vínculo necesario entre todos los acontecimientos de la historia, y se caracteriza por su condicionamiento casual, de modo tal que los actos e ideas que elige la persona humana están determinados por causas que le anteceden. Todos los eventos físico-biológicos determinan las adaptaciones sociales y morales. No hay oportunidad para tomar decisiones con autonomía. [2]
Lo supranatural no existe. Lo que resta por descubrir es más naturaleza en el sentido estricto. El alma es una convención humana y la realidad última es la materia. De hecho, en caso de que los estados mentales sean todos explicados por estados cerebrales, como lo plantea el materialismo perteneciente al naturalismo ontológico, no existiría tal grandeza sobre otras especies como para aludir un atributo de superioridad por poseer intelecto. De hecho, proceder de esto modo sería cometer especismo.
En correlación a los dos aspectos mencionados en contra de la libertad y el intelecto, surge la consecuencia de que no hay responsabilidad moral objetiva, pues nadie estaría obligado a cumplir libremente un mandato moral al no tener libertad de acción. Todas las personas están determinadas a un cierto comportamiento y adopción de ideas.[3] En el materialismo no existe tal realidad espiritual o que trascienda la naturaleza. Ningún dador de la ley moral como Dios podría existir para establecernos comportamientos morales. Tampoco podría existir el realismo moral donde la justicia, el amor y la compasión son objetos abstractos. En consecuencia, no sólo la libertad es inconcebible también lo es el amor. Carente de un fundamento ontológico para los valores morales; los razonamientos de la moralidad se vuelven relativos o consecuencialistas.
El bien y el mal son ilusorios. Simples preferencias empoderadas y expresadas legislativamente por quienes rigen el derecho positivo que emerge en una sociedad cada vez más agnóstica y atea.
En el realismo, encontramos el platonismo que ofrece la existencia de objetos abstractos donde el amor existe eterna e increadamente en una realidad independiente del mundo físico. No guarda ninguna relación causal con las personas, esto es, el amor como entidad abstracta no tiene ningún poder de influencia en nuestra dimensión y no puede justificar racionalmente su existencia. No se puede demostrar que estos objetos abstractos existen de manera necesaria en lugar de ser contingentes. Si consideramos una segunda alterativa como lo son los objetos mentales encontramos la postura del psicologismo, en la que estos objetos son pensamientos en las mentes de las personas. El problema es que se torna totalmente subjetivo ¿cómo podría una idea ser idéntica y constante en la mente de tan diversas personas? Y no solo el amor es un objeto mental, también los números y estos son infinitos ¿existe un número infinito de mentes humanas para contener infinitamente estos objetos mentales?
Como resultado, la conceptualización de la dignidad humana es tan diversa y dependiente de los sistemas de pensamientos adoptados, que hace dificultoso una fundamentación de los derechos universales. Lo que se puede resaltar al respecto, es el hecho de que la dignidad como ciertos derechos fueron positivizados para protegerlos de la manipulación política e ideológica. Con estas medidas preventivas se esperaba un respeto por la humanidad que trascendiera en el tiempo y la cultura. Desafortunadamente, produjo lo opuesto. Maximizó las fuerzas políticas fundadas en ideologías que tomarían el poder mediante una influencia cultural que descubre supuestamente nuevos derechos y los exige universalmente. La dignidad humana desprovista de fundamentación ha dejado a la persona humana a merced de un valor extrínseco, el cual puede ser utilizado para fines políticos. En este sentido, la familia ha sido, es y podría llegar a ser modificada por fines ideológicos y económicos.
El Teísmo Cristiano
Sin embargo, lo opuesto a esta visión apunta a lo que en la escolástica y el humanismo se ha propuesto como principal fundamento de la dignidad, esto es a Dios. Un ser metafísicamente necesario y omnibenevolente. El creador y sustentador de todas las cosas. Como tal, sólo un espíritu increado y santo ha dado vida al ser humano, asignándole racionalidad y voluntad. La persona humana posee esta esencia en su clase natural que le permite diferenciarse de otros seres. La filosofía analítica moderna ha contribuido a la teología en la comprensión de este fundamento. De allí que la valorización se debe a que en la cosmovisión teísta cristiana la mente es real, el libre albedrío es posible, y el estándar de perfección moral existe de manera objetiva.
Si Dios existe el dualismo es cierto, por tanto, el ser humano tiene un fundamento para su racionalidad, lo cual, le hace digno. Es la imagen misma de Dios la que contiene racionalidad en el ser humano[4]. Es el alma de la persona la que permite diferenciar los estados mentales de los estados cerebrales. La intencionalidad es un ejemplo célebre de la existencia de la mente. Cuando alguien tiene la intención de recordar una vivencia, no lo hace porque esté determinada por un factor externo que la obligue, tal como postula el materialismo.
Si Dios existe el libre albedrio es cierto, por tanto, el ser humano tiene un fundamento para su libertad, la cual, le hace digno. En la perfección cognitiva de Dios, todas las elecciones de las personas son verdaderamente libres y lo que determina el Creador son las circunstancias donde las personas ejercerán su libre albedrío. En este sentido, una persona podría presentar cuatro tipos de patrones. Uno donde siempre haga las mismas elecciones, otro donde a veces repita esas elecciones, una única vez haga esa decisión y finalmente uno donde jamás las tome. Esto es significativo, puesto que con la libertad libertaria de acción hay responsabilidad por las consecuencias y en última instancia obligaciones morales. A propósito, el Creador tiene la prerrogativa de elegir a quienes, y bajo qué circunstancias los trae a existencia y con ello su libre albedrío.[5]
Si Dios existe los valores y deberes morales objetivos son ciertos, por lo tanto, el ser humano tiene deberes y derechos morales. En la cosmovisión teísta cristiana se postulan diversas teorías del mandato divino. Una es conocida como la teoría del mandato divino no-voluntarista, donde las obligaciones morales se aplican a seres que no son intrínsicamente bondadosos, y ello excluye a Dios. Este sistema de lo que es correcto e incorrecto vienen dado por un razonamiento moral deontológico.[6] La teoría del mandante divino implica obligaciones morales. La obligación de actuar de cierta manera surge con la necesidad de que un agente moral libre puede optar por hacer lo incorrecto. Si el agente moral libre jamás procederá a comportarse de manera incorrecta no le aplicaría una obligación moral. La voluntad libre con posibilidad de hacer lo incorrecto puede ser controlada, dirigida u obligada por una autoridad.[7] Además, la naturaleza santa de Dios es el sustento de los valores morales. Dios desea algo porque Él es el bien mismo. No se trata de una cuestión semántica, es decir, redefinir el término bien, sino ontológica. Se busca fundamentar metafísicamente la existencia del bien. Y la explicación de qué significa que sea bueno puede ser descrita con los atributos de amor, misericordia, generosidad, fidelidad, veracidad, entre otros. Gracias a que Dios es el paradigma y la última explicación del bien supremo lógica y necesariamente tiene que actuar conforme a su esencia omnibenevolente. No es posible que actúe de manera contraria, por lo tanto, no tiene la necesidad de una ordenanza o mandamiento moral que le aplique para corregir la desviación. De allí que Dios no tiene obligaciones morales. Él es el candidato perfecto para ser el dador de mandatos divinos y el juez imparcial quien objetivamente puede retribuir a cada uno según sus obras. En él podemos discernir el bien y el mal.
En síntesis, la visión de la realidad que ofrece coherentemente una defensa para la existencia del libre albedrío y el amor será siempre una mejor alternativa para hablar de dignidad. Dios es, sin duda alguna, la fuente enriquecedora de la persona humana y con ello sus derechos.
REFERENCIAS
[1] Cf. Mauricio Beuchot, Filosofía y Derechos Humanos, Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina s.a., p. 13
[2] J.P. Moreland et al., Naturalism: A Critical Analysis, London, Routledge, 2000, pp. 4-5.
[3] Cf. John D. Laing, Middle Knowledge, Chicago, Kregel Publications, 2019, pp. 53-54
[4] Cf. Anthony Hoekema (tr. José María Blanch), Creados a Imagen de Dios, Grand Rapids, Libros Desafío, 2005, pp. 56-57.
[5] Cf. Kirk R. MacGregor, Luis de Molina, Grand Rapids: Zondervan Academic, 2015, pp. 92-93
[6] Cf. David Baggett y Jerry L. Walls, Good God: The theistic foundations of morality, New York, Oxford Univerisy Press Inc, 2011, p. 112.
[7] Cf. Michael D. Deaty, Christian Theism and the Problems of Philosophy, University of Notre Dame Press Inc, 1990, pp. 312-313.
BIBLIOGRAFÍA
Baggett, David y Walls, Jerry L., Good God: The theistic foundations of morality, New York, Oxford Univeristy Press Inc, 2011.
Beuchot, Mauricio, Filosofía y Derechos Humanos, Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina S.A.
Deaty, Michael D., Christian Theism and the Problems of Philosophy, University of Notre Dame Press Inc, 1990.
Hoekema, Anthony (tr. José María Blanch), Creados a Imagen de Dios, Grand Rapids, Libros Desafío, 2005.
Laing, John D., Middle Knowledge, Chicago, Kregel Publications, 2019.
MacGregor, Kirk R., Luis de Molina, Grand Rapids: Zondervan Academic, 2015.
Moreland J.P. William L. Craig, William Dembski, Stewart Goetz, John E. Hare, Robert C. Koons, Paul K. Moser, Michael Rea, Charles Taliaferro Dallas Willard y David Yandell, Naturalism: A Critical Analysis, London, Routledge, 2000.